lunes, 21 de marzo de 2011

Ermitaño: no me hinchen las gónadas

Entrampado sin trabas y husmeando un sinfin de aromas, encerrado en una prisión de vanidad, estupidez y una pizca de cahuines baratos... en oferta.


Asfixiado, sin hambre, sin cariño, sin emotividad y rozando la no-vida enfrento esta etapa que no soporto, que me fustra, sentirme maniatado con todo aquello que aborrezco no mejora las cosas, las hace más hirientes, transforma todo en una danza infértil, flagelante y repulsiva. Las sonrisas, los saludos y cualquier otra manifestación externa de comunicación se hace insoportable, me quema las entrañas, me repugna superlativamente.


No quiero estar aquí, no quiero hablarles ni mirarles, no quiero desearles suerte y otras heces similares, no quiero estar aquí porque siento que me contamino, que comienzo a empequequeñecer con la amenaza inminente de la desaparición, sintiendome un poco más estúpido a cada minuto, mimetizandome con el entorno y ser un incapaz, sin juicio, sin razones, sin alma. Pero no me refiero al alma-sujeto ni el alma-religión, no alma-trascendente, sino que al alma-esencia, que no tiene porque ser cierta y que no requiere transformación para alcanzar la verdad ni pide ser conocida ya que siempre se manifiesta cuando le viene en gana y es capaz de romper bozales o camisas de fuerza, salvo cuando comienza a desconcoer su hogar, sus puntos cardinales, salvo cuando lo externo te transforma en extraño el alma-esencia decide partir... y no hay busto ni bajorrelieve, no hay pésame ni coronas de flores que valgan, porque ni siquiera quien la pierde se percata de lo ocurrido, no hay excepción, sólo mentiras, no hay vuelta atrás, sólo el eterno ademán torpe de un adiós no posible de cualificar, ya que lo cuantitativo ha desplazado semejantes apreciaciones, los números se han hecho cargo del todo, pero no de la ilusión pitagórica de entender a la divinidad, sino que responden a la ambición de mercado: vender y prostituir a la divinidad.


No me refiero a la divinidad de los clichés baratos como el hombrecioto clavado a un madero, o el viejito que mola y nos mira desde el cielo, ni siquiera el gordito bonachón que medita en loto, not! Me refiero a una divinidad que no pide sacrificios ni pena ni plegarias, que no amedrenta con castigos ni semejantes, me refiero al humano itself, un pequeño dios, un pequedi, que ha optado por desterrarse a sí mismo para descansar su propia carga en íconos exógenos, rancios, manoseados e inútlies.


Y sigo aún aquí, muy a mi pesar, rodeado de numeros recalcitrantes que no me afectan ni tientan, me mantengo aquí ignorando a mi alma-esencia libertina e infantil, arrebatada e irresponsable, me mantengo aquí por mi loco afán de ganarle una apuesta a la nada, para asegurarme que siempre tuve razón, que mis comentarios ácidos tenían razón de ser, para enfrentarme con temores e incapacidades varias que no he logrado neutralizar... cuando el objetivo logre alcanzar me daré el placer de mandar a la mierda no sólo al planeta, sino al mismisimo universo como corresponde, luego, seguir mi camino de pequedi, regocijarme en mi mismo, que la inquietud de sí llegue a sus anchas y vestida de fiesta recibiendola yo como una amiga extraviada en el tiempo y los recuerdos, brindaremos por el fracaso del cuantificado mundo que no alcanzó a cojerme, brindaremos por el ocaso que dará inicio a mi propio carnaval.

sábado, 19 de marzo de 2011

No puedo decirte adiós




Y qué sucede cuando, de manera efectiva, no existen palabras justas y ni siquiera cercanas para describir el pesar de despedidas inevitables?, para poder transmitir una amalgama de sentimientos y presentimientos poco doctos, poco claros?, cómo se hace para contener una avalancha de destellos, sombras y bofetadas?, cómo poder contarles de que trató mi epifanía constreñida e insensata?


¿Cómo? Si no hay lugares comunes donde poder escapar, no hay altares ni efigies milagrosas, no hay inspiración porque las musas seguramente deben estar fornicando con Atropos y sus hermanas, tampoco existe alguna fuente donde ahogarme con mi zozobra y retazos de pesadillas diurnas, urbanas... ni siquiera un no-lugar desarropado y estéril donde cobijar algún sueño fugaz.


De la liturgia. Siempre la misma cantinela en la cabeza, los mismos ritmos bucólicos, pastoriles, los mismos recuerdos y la hoguera en el centro, para la práctica habitual de masoquismo, no hay cruz morbosamente gore, ni salvador de nada, si quiera un don nadie divinizado, la hoguera solo arde alimentado por el beso que no debió ser, por la juerga mal parida y canalla que quitó el velo y avivó ese recuerdo de mierda...

Definitivamente no habrán nuevas ideas, afortunadamente, para mi mentalidad pueril, no habrán años nuevos que maldecir o abrazar, lo nuevo no tiene cabida en esta dinámica perenne y opa, el rito es todo: sustancia, éter, vida muerte, el rito es inmanente e intocable, es uno y es todo, como la imposibilidad aplastante de decirte "te amo"


De mentir descaramente. Si hubo un molde exacto o se debió a la mera casualidad, lo desconozco, vibrar un poco, hacerse el estúpido y ser amigos significó nada en un principio, en realidad, después tampoco significo algo, la tragedia se daba durante, entre líneas, con indirectas, entre tiempos falsos y ciertos, con mi demora y tu prisa, entre tu orden y mi desorden... Pero había algo que no calzaba, el engaño había llegado antes de yo haber desechado la posibilidad de compañía que no debí desear, entre tanto, entre copas comencé a engañarte: antes del beso, antes de la autotortura... tan efectivo fue el engaño que caí en las mismas redes con que decoraba las estancias de nuestras vidas, feedback positivo y el rito estaba impuesto, instalado como señor de putrefactos campos de batalla sin lides, sin presa y sin conquista...


Siempre esa sensación de ausencia, esa maldita hambre no saciada, una eternidad finita en el instante justo del silencio y el empleo ad-nauseam de los mismos conceptos.


La repetición al infinito. La misma cantinela, tu rostro y un vaso de whisky suelen parecerse demasiado y la jaqueca al ritmo de los tambores de batallas no libradas manosea tus cabellos en mi retina, no fuimos claros y fui la victima, seguí con el show y fui victimario cobarde atrapado sin más por la misma cantinela, tu rostro y la jaqueca son como tambores que manosean tu retina en mis cabellos no librados, el show de victima y victimario fue poco claro, la misma cantinela un vaso de whisky hizo sonar los tambores de una victima que escapa al ritmo de tu rostro claro, victimario, oculto al son de tambores cobardes, sin cabellos ni retina... la misma cantinela...